Una de las personas más interesantes que he conocido en mi vida profesional ha sido doña Carmen Vidal, creadora de la marca de productos cosméticos Germaine de Capuccine.
En enero de 1991, su hijo Jesús y yo firmamos un acuerdo de colaboración entre su empresa y La Banda de Agustín Medina, para realizar una campaña de publicidad que tendría como protagonista a la ex Miss España Lola Forner. A partir de ese momento tuve la oportunidad de conocer en profundidad a doña Carmen, que por esas fechas andaba por los setenta y tantos años.
Ella misma me contó su apasionante historia como empresaria, que había comenzado unos años atrás, cuando acababa de cumplir 60 años.
Desde muy joven su vida había transcurrido en Argel, donde residía con su esposo, ejerciendo como esteticista. Al morir éste, y dadas las circunstancias políticas de Argelia tras la independencia con Francia, decidió volver a España e instalarse en la ciudad de Alcoy, su ciudad natal, en la que tenía a sus parientes más cercanos.
Doña Carmen estaba dispuesta a empezar una nueva vida, centrada profesionalmente en sus conocimienros como esteticista, pero esta vez desarrollando su propia empresa de productos cosméticos. Desde Alcoy, una ciudad sin ninguna tradición cosmética y totalmente alejda de los grandes centros comerciales de Madrid y Barcelona, parecía una auténtica locura iniciar una actividad así, pero doña Cramen estaba resuelta a enfrentarse con todo tipo de dificultades. Ella tenía las ideas muy claras sobre el tipo de productos que debía fabricar y vender exclusivamente a sus colegas esteticistas de toda España.
Se puso en contacto con algunos laboratorios catalanes y les dio las instrucciones precisas del tipo de productos que deseaba que fabricaran para ella. Según me comentó, bautizó a su empresa con el nombre de Germaine para darle un carácter francés, y con el apellido de Capuccini en honor de su actriz favorita del mismo nombre. Después montó una pequeña red de ventas y se dispuso a distribuir sus productos por todo el territorio nacional.
Ignoro las dificultades con que se encontró doña Carmen en los primeros años de su actividad y los esfuerzos que tuvo que hacer para sacar su empresa adelante, pero cuando yo la conocí Germaine de Capuccini facturaba más de tres mil millones de pesetas al año (18 millones de euros), tenía una moderna e impresionante fábrica en la ciudad de Alcoy y vendía sus productos con éxito en los principales mercados del mundo.
Ella, sin embargo, seguía siendo una mujer sencilla, siempre vestida de negro, que hablaba una extraña jerga a caballo entre el valenciano, el francés y el castellano. Cuando las personas de la agencia la visitábamos en Alcoy, nos invitaba a su casa y cocinaba para nosotros platos típicos de su tierra. Pero lo más impresionante es que, a sus setenta y muchos años, siempre hablaba del futuro y me contaba sus planes de ampliar la gama de productos con una línea cosmética para hombres, que ella consideraba que era el gran mercado por descubrir.
Cuando tuve conocimiento de su muerte, en el año 2003, sentí una gran pena, porque no hay en el mundo muchas personas así, con esa fuerza y esa gran capacidad de entusiasmo y trabajo que siempre merecieron mi máximo respeto.
Doña Carmen Vidal es sin duda un ejemplo extraordinario para emprendedores de todas las edades.