La empresa moderna está condenada a innovar de manera permanente, tanto en los productos o servicios que ofrece como en las estrategias comerciales para hacérselos llegar a los clientes.
Cuando una empresa se atrinchera en su presente tiene los días contados. Y ésa es una actitud más habitual de lo que podría pensarse. Especialmente en tiempos de crisis, cuando el día a día exige una atención especial, porque de ello depende la supervivencia a corto plazo. Entonces se tiende a olvidar que mientras nosotros permanecemos absortos en nuestros problemas económicos coyunturales, sin mirar más allá de las paredes de la empresa, el mundo sigue avanzando a ritmo vertiginoso, haciendo cada día más obsoletos nuestros productos y nuestras estrategias comerciales.
Otras veces es el éxito el que ciega a las empresas y les impide imaginar que su situación puede darse la vuelta antes de que se den cuenta.
He conocido personalmente a empresarios de éxito que se negaban a ver realidades evidentes que obligarían a transformar sus negocios. De la misma manera que los neumáticos de los coches sustituyeron a las ruedas de los carros, o más recientemente las cámaras digitales y los ordenadores han acabado con las fotos de papel, casi todos los negocios sufren transformaciones ante las que sólo cabe adaptarse o morir.