Yo estaba convencido de que los primeros anuncios publicitarios cuya técnica se asemeja a los actuales, provenían siempre de los Estados Unidos.
El nacimiento de Coca Cola en 1896 era para mí el punto de partida de la publicidad moderna, cuando la profesionalidad de los contenidos y la elegancia del diseño podía considerarse de alto nivel.
Sin embargo, en una reciente visita a San Petersburgo, tuve ocasión de adquirir un ejemplar de un libro de anuncios y carteles rusos, que se remontan a la última década del siglo XIX. Al hojearlo, descubrí con sorpresa que su calidad no sólo era comparable a la de los anuncios americanos de esa época, sino que en muchos casos la elegancia y sofisticación del lay out y de las imágenes era incluso superior.
Anuncios de muy diferentes productos, como bebidas alcohólicas, cigarrillos, alimentación, café, ferrocarriles, tarjetas postales, espectáculos, máquinas de coser, etc. llenaban las primeras páginas del libro. Todos ellos fechados entre 1890 y 1910, con una calidad publicitaria impresionante.
A partir de la revolución de 1917, la publicidad desaparece para dar paso a los carteles magníficos que todos conocemos, cuya temática ensalza las supuestas virtudes de la Unión Soviética. Diseños de gran calidad, como los de casi todos los países del área geográfica del norte de Europa. Nada que nos sorprenda a estas alturas. Lo verdaderamente sorprendente es que existiese una industria publicitaria tan potente antes de la revolución, y que la calidad de su diseño sea tan espectacular.