En un reciente viaje por tierras escandinavas compartí autocar y hoteles con algunas personas muy peculiares en su vestimenta. Cada mañana aparecían en el hall del hotel con un modelo nuevo de camiseta, cazadora, sudadera o chándal, intentando hacer alarde de su buen gusto y su modernidad.
El denominador común de todas las prendas era su clara procedencia de mercadillo de pueblo. Todas ellas falsificadas por algún falsificador tan incompetente y tan hortera como los portadores de las prendas.
Marcas gigantes en pecho y espalda, paños de los que hacen bolitas y siempre logotipos mal dibujados, intentando sin mucho afán parecerse a los verdaderos.
Entiendo el tirón de las grandes marcas y el interés de la gente por vestirlas, pero me cuesta entender que algunos no vean la diferencia entre las prendas genuinas y algunas de esas burdas falsificaciones tan evidentemente mal ejecutadas.
¿Realmente piensan que los demás no se dan cuenta y que sólo ellos son conscientes del engaño? No se puede hacer más el ridículo cuando se pavonean de usar marcas reconocidas y caras, que todo el mundo excepto ellos tiene claro que se trata de falsificaciones evidentes.
El mayor crimen que delata la falsificación, el mal gusto y la falta de criterio de los portadores de las prendas, es la exhibición impúdica de esos logos adulterados que, para más INRI, se gigantizan hasta lo absurdo para no pasar desapercibidos.
Creo que, si no quieren o no pueden pagar el precio de las marcas genuinas, sin renunciar a lucirlas en sus prendas, sería más honesto y mucho menos hortera asumir esa circunstancia indicando debajo del falso logo su procedencia. Sugiero, por ejemplo, la leyenda “NIKE de mercadillo”, porque eso al menos sugiere una cierta reivindicación o protesta proletaria, que encajaría muy bien con algunas de las corrientes de opinión más de moda en nuestros días.