Hace unos días le concedieron el Premio Nacional de Gastronomía a María Marte, la chef del restaurante madrileño Club Allard, una dominicana de 37 años que tiene ya dos estrellas Michelin en su haber.
En una entrevista que le hicieron en la radio con motivo de su reciente premio, escuché a María contar cómo había sido su peripecia profesional desde su llegada a España. Resulta que ella empezó a trabajar a los 12 años en un pequeño restaurante de su familia en la República Dominicana y por una serie de circunstancias personales, a los 24 años, separada y con tres hijos, se trasladó a nuestro país para iniciar una nueva vida.
Al llegar a España como inmigrante sin papeles sólo logró conseguir un trabajo de 3 horas diarias como lavaplatos del restaurante Club Allard. “Mientras lavaba platos, así, en ratos muertos, me fijaba en los cocineros. Siempre me hacía la misma pregunta: ¿Y si yo estuviera del otro lado?”.
Al cabo de un tiempo pidió que le dieran la oportunidad de trabajar como pinche de cocina y se la dieron con la condición de que combinara ese trabajo con su labor de lavaplatos y limpieza de la cocina.
“Dormía un rato en la escalera y volvía a empezar. Entraba a las diez de la mañana con la chaquetilla de pelar patatas y en eso terminaba a las cuatro y media. Después me vestía el delantal de fregar y a ponerme con todos esos cacharros, madre mía, luego otra vez, a las ocho, a seguir pelando y demás hasta las once y media de la noche. Terminábamos el turno y dale con los platos y a pasar suelos hasta las dos y media o así. Era la primera en llegar y la última en marcharme”.
Y desde esa modestísima posición, a base de tesón , sacrificio y unas buenas dosis de talento, 13 años después ha conseguido llegar a ser la chef estrella que es hoy en día, dirigiendo uno de los mejores restaurantes de Madrid y con un total de 15 cocineros a sus órdenes.
Este ejemplo lo vemos a menudo también en las películas americanas, donde los jóvenes mientras estudian trabajan como camareros, baby sitters, etc. para ganarse un pequeño sueldo. Después, cuando salen de la universidad, si no encuentran trabajo de lo suyo se ponen de nuevo a realizar cualquier tipo de tarea mientras lo encuentran. Ni un solo día sin trabajar es el lema de la sociedad americana.
En España, en cambio, vemos cómo son los inmigrantes los que ocupan la mayoría de los trabajos de bajo rendimiento económico. Lavaplatos, camareros eventuales, cajeras de supermercados, repartidores y otra multitud de oficios muy variados.
A mi casa, cuando viene un fontanero, un electricista, un jardinero, un albañil, un pintor o un antenista de televisión, casi siempre se trata de un rumano, un marroquí o un latinoamericano. Y yo siempre me pregunto cómo es que todos ellos encuentran trabajo y tantos españoles se encuentran en el paro.
¿Cuestión de suerte, o cuestión de interés en salir adelante como sea? Yo creo que es una cuestión de necesidad y de mentalidad. Hay mucha gente que no está dispuesta a trabajar si no es en lo suyo, para lo que se considera preparado. No digo que en todos los casos sea así, y no me gustaría frivolizar el sufrimiento de muchas personas que buscan y no encuentran. Sólo quiero señalar el hecho de que existen muchas otras personas que están en el paro porque no desean rebajarse a realizar trabajos que no les parecen dignos de su categoría profesional. Y yo no creo que ese sea el camino de salir adelante.
Para triunfar hay que estar dispuestos a no estar ni un solo día sin trabajar. Y lo digo con conocimiento de causa, porque antes de ser un publicitario de éxito, fui un niño que recogió clavos por la calle para venderlos en las chatarrerías, que recogió periódicos y revistas de las papeleras, que descargó camiones de melones y sandías en el mercado de La Prosperidad, y que el mismo día que cumplía 14 años empezó a trabajar como chico de los recados en una agencia de publicidad.