Según un estudio de la CIA en el mundo fallecen diariamente alrededor de 154.000 personas, lo que hace un total de 56.210.000 al año. Teniendo en cuenta que uno de cada siete habitantes del globo tiene un perfil en Facebook, podríamos deducir que de los 1.000 millones de usuarios de esta red, alrededor de 8 millones pasan a mejor vida cada año.
Siempre me he preguntado si las personas fallecidas que tenían un perfil en Facebook, lo seguirían teniendo después de muertos. Y si Facebook utilizaría esos perfiles como contactos útiles a la hora de vender audiencia para sus anuncios. O sea, que cuando pones un anuncio en Facebook y defines con precisión tu target group, en el paquete de posibles contactos que te venden podrías estar también comprando los cadáveres de muchos posibles compradores de tu producto.
Está claro que el muerto no se va a encargar de eliminar su perfil en las redes sociales, y tampoco es muy probable que lo hagan sus deudos, o sus amigos más cercanos, entre otras cosas porque eliminar un perfil sin ser el propio interesado no es cosa nada fácil.
No sólo hay miles de perfiles inertes en Facebook y en el resto de redes sociales, sino que además muchos de esos perfiles siguen aparentemente activos después de la muerte del interesado. Acabo de descubrir que en Estados Unidos está de moda usar las páginas de Facebook como una especie de tumbas a las que uno puede acudir para relacionarse con sus parientes o amigos fallecidos.
Parece ser que mucha gente prefiere acudir a un página de Facebook antes que al cementerio. Y la cosa tiene cierta lógica, porque en vez de rezar al difunto, o hablar con él ante una fría lápida, es más cercano hacerlo a través de su página viva de Facebook, en la que están sus fotos, sus comentarios, sus amigos, etc. , y en la que en cierta manera el difunto sigue presente.
Uno puede seguir escribiendo al muerto con la misma ilusión con que lo hacía cuando estaba vivo, y hacerse la ilusión de que lo sigue estando y de que de un momento a otro va a recibir un mensaje directo suyo desde el más allá.
Una tal Wilma Jones en un ejemplo vivo de esta nueva relación con los muertos. Ella falleció hace ya algún tiempo, pero sus parientes y amigos la siguen enviando mensajes y compartiendo con ella todo tipo de noticias, a través de su página de Facebook. Y quién sabe si nosotros, cuando ponemos un anuncio en la red y definimos nuestro target con alguna de las características a las que respondía Wilma cuando estaba viva, no estemos también enviándole a ella un mensaje publicitario que, en este caso, está claro que va a ser dinero tirado a la basura, o mejor dicho, enterrado en una tumba.