Un empresario español, productor de una conocida marca de ginebra, me comentaba hace unos años que en un momento dado había tenido que elegir entre invertir su dinero en una nueva fábrica o en una campaña de publicidad.
Cuando esto ocurría todavía se podían anunciar productos alcohólicos en la televisión, y él lamentaba haber decidido construir la fábrica, porque perdió con ello la oportunidad de consolidar su marca a través de una comunicación masiva.
Más tarde, esa pérdida de oportunidad le había costado más dinero que construir varias fábricas., y sobre todo mucho más tiempo.
Su consejo de administración, que no tenía las cosas tan claras como él, opinaba que la fábrica era algo tangible que permanecería para siempre, mientras que la publicidad era puro humo que desaparecería pocos meses después de haber llevado a cabo la inversión en la campaña.
Este tipo de razonamiento es muy común en las empresas. En mi vida profesional he conocido a muchas que han preferido invertirlo todo en máquinas y ladrillos, renunciando a consolidar la fuerza de su marca en la mente de los consumidores. Casi siempre han acabado pagando muy caro esas decisiones.