Hace ocho o nueve años años oí por primera vez hablar de Open Innovation, una fórmula creativa que había surgido en Estados Unidos, ligada en principio al mundo de la publicidad, y más tarde a todos los ámbitos empresariales. El término fue acuñado por el profesor de Harvard Business School Henry Chesbrough en el año 2003.
A nivel publicitario, se trata de una nueva forma de resolver los problemas de comunicación de los anunciantes, contando con el talento infinito de miles de creativos, profesionales o no, agrupados en una plataforma tecnológica que extiende sus recursos, a través de Internet, a todos los rincones del universo.
El anunciante explica su briefing en la plataforma y ofrece una recompensa económica a la idea más brillante que reciba para resolver su problema. Lo más interesante de la propuesta es que cualquiera puede participar, desde un profesional del tema hasta una persona totalmente ajena al asunto. Se trata de conseguir la mejor creatividad venga de donde venga, usando el talento anónimo de millones de personas en todo el mundo. Un talento que a diario vemos cómo se desborda espontánea y desinteresadamente en todas las redes sociales.
Como he dicho antes, al principio fueron los anunciantes los que buscaban ideas para sus anuncios en televisión, pero más tarde todo tipo de empresas empezaron a lanzar sus retos en las diferentes plataformas, buscando desde una idea para un evento de lanzamiento de un nuevo producto, hasta un descubrimiento científico relacionado con un laboratorio farmacéutico.
Internet ha hecho posible, entre otras cosas, que el talento oculto salga a la luz y tenga la oportunidad de llegar hasta el último rincón del planeta. Son muchas las oportunidades que existen hoy día para que un individuo pueda transmitir sus ideas, sus pensamientos, su música, su literatura, sus imágenes, o simplemente sus banalidades al resto de los mortales.
Redes sociales, blogs y foros de toda índole, son los canales habituales para la exhibición del talento individual. Toneladas de talento espontáneo que cada día tiene la oportunidad de ser reconocido por millones de personas en todo el planeta. Una oportunidad sin precedentes en la historia de la humanidad.
En estos días de confinamiento hogareño que nos está tocando vivir con la triste epidemia del Colonavirus, estamos asistiendo una vez más a esa exhibición de talento popular y anónimo que está desbordando las redes sociales y muy especialmente nuestros comunicaciones de Washapp. Todos nosotros somos testigos de un derroche de creatividad, una auténtica epidemia creativa que nos llena de humor y nos hace un poco más soportables los momentos de angustia que estamos viviendo.
Músicos que componen canciones o que versionan otros temas relacionándolos con la epidemia sanitaria, contadores de chistes originales, inventores de historietas gráficas de humor, videoaficionados que graban divertidos sketchs… En definitiva un sinfín de creativos no profesionales, que nos regalan un torrente de contenidos más o menos espectaculares todos los días y a todas las horas.
Pienso sinceramente que la creatividad popular es más rica en su conjunto que la que producen todas las agencias de publicidad, los humoristas oficiales y los dibujantes de chistes de todos los periódicos de nuestro país.
Se trata, efectivamente, de una epidemia paralela a la sanitaria, una epidemia de creatividad que nos sorprende cada día y que alguien debería ser capaz de canalizar, ofreciendo a esos creativos anónimos la posibilidad de ser reconocidos por todos nosotros.