No hay constancia de que los seres humanos que dibujaron escenas de caza en las cuevas de Altamira y otros muchos santuarios del arte rupestre, lo hicieran por encargo de nadie. Sin embargo, desde que contamos con referencias históricas fiables, sabemos con certeza que detrás de cada obra de arte casi siempre ha habido un patrocinador más o menos interesado.
Los faraones egipcios llenaban de arte sus tumbas, esperando disfrutar de él en la otra vida ,que para ellos era la realmente importante. También los gobernantes de la antigua Grecia y los emperadores romanos financiaban a los artistas que erigían estatuas conmemorativas de sus éxitos guerreros, de sus personas, o de los mosaicos y frescos que decoraban sus casas.
Más tarde fue la Iglesia quien pagó las obras de Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Caravaggio o El Greco, en favor de la difusión de sus dogmas de fe y sus creencias.
También los reyes financiaron a pintores como Velázquez o Goya, y los aristócratas y magnates de todo el mundo, se hicieron retratar o decoraron sus casas, con la obra de genios universales como Rembrandt, Tintoretto o Vermeer.
Sólo a partir del siglo XX se puede empezar a hablar de un arte en libertad. Una libertad de la que disfrutaron artistas tan grandes como Gauguin o Van Gogh, genios sin mecenas detrás que pagaron por su libertad un alto precio, muriendo en la ruina y sin reconocimiento para sus personas y sus obras.
Hoy día el arte se reconoce y se valora más que nunca. Desde las pinturas rupestres de Altamira, hasta las obras de más rabiosa actualidad, pasando por Picasso, Renoir, Cezanne y Kandinski, o todos los demás artistas que están enriqueciendo con su arte el siglo XXI.