Decía Mark Twain que un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa. Nada más cierto. Las nuevas ideas, cuando son nuevas de verdad, implican revolución y riesgo, dos conceptos que asustan siempre a todo el mundo.
A Edison le dijeron cientos de veces que la bombilla era un invento estúpido y a J. K. Rowling, la creadora de Harry Potter le rechazaron el primer manuscrito de su obra en quince editoriales, porque ninguna quería arriesgarse a lanzar un libro tan extenso dedicado a un público infantil y juvenil.
También a John Kennedy Toole le rechazaron su novela “La conjura de los necios” todas las editoriales de Estados Unidos a las que se la hizo llegar. Él no pudo asumir ese fracaso y se suicidó a las 32 años, inmerso en la frustración y el desencanto, pero su madre siguió enviando la novela a todas partes hasta que consiguió que se publicara y se convirtiera en uno de los referentes de la mejor literatura americana del siglo XX.
¿Locos o genios? Los creadores de ideas nuevas son lo uno o lo otro en función siempre de las caprichosas decisiones del destino. Estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, o resistir a cal y canto todos los contratiempos, todas las negativas, todo el desinterés, sin tirar nunca la toalla. Esas son algunas de las claves para lograr que las ideas triunfen.
El gran escritor Arthur C. Clarke pensaba que las nuevas ideas, las ideas revolucionarias, tienen siempre tres fases en la reacción de los demás: “1)Es imposible. 2)Es posible, pero no merece la pena hacerlo. 3)Ya dije todo el tiempo que era una gran idea”.
Cuando triunfas todo el mundo está de acuerdo en la bondad de tu idea, pero antes muy poco se atreven a apostar por ella. Sólo tú tienes que tener el valor de seguir delante, pero siempre asumiendo que hay que correr todo los riesgos y que merece la pena hacerlo, porque como decía también Oscar Wilde: “Una idea que no sea peligrosa, no merece tener ese nombre”.
(Iustración: Karla Frechilla)