Viendo uno de estos días en un informativo de la televisión las terribles escenas de los enfrentamientos en Egipto, donde los soldados disparaban contra los manifestantes causando cientos de muertos y heridos, mi hija Bárbara me hizo notar que muchos de los manifestantes, en lugar de preocuparse por su terrible situación se dedicaban a grabar el momento con sus smartphones.
Desde entonces he observado este fenómeno en todos los reportajes televisivos y también en las fotos que publican los periódicos. El número de personas que, en medio de los tiroteos, se dedican a fotografiar o grabar en vídeo la escena es impresionante. Parece que ver los acontecimientos a través del objetivo del teléfono móvil quitara importancia a la realidad de lo que está pasando. Si lo estás viendo en una pantalla significa que tú no estás allí en realidad, que es como si lo siguieras desde el salón de tu casa en la pantalla de un televisor.
Da escalofríos pensar que el móvil, que ya es un apéndice más de nuestro cuerpo, un sexto sentido que añadir al gusto, tacto, vista, oído y olfato, se convierte también en un enemigo de todos los otros sentidos. Un antídoto tan poderoso que los anula a todos. Que nos aísla de la realidad de tal manera que hace desaparecer nuestras defensas, dejándonos a la intemperie de las balas de nuestros enemigos.
Sabíamos que el teléfono móvil nos aislaba y reducía el ámbito de nuestras relaciones físicas, pero nunca había pensado que lo hiciera hasta el punto de hacernos perder el sentido de la supervivencia.